En esta obra reinterpreto la caza ancestral como un acontecimiento simbólico más que violento. Dos bisontes, figuras totémicas de poder y supervivencia, arden en una sinfonía de colores vivos que transforman la escena en una danza energética. Los cazadores, lejos de ser depredadores, se convierten en testigos de una fuerza natural que los sobrepasa. Su presencia me inspira contemplación, reverencia y una sensación casi espiritual. Así, en lugar de sangre o enfrentamiento, busco mostrar un diálogo entre la humanidad primitiva y la majestad del animal.
Propongo un espacio suspendido entre lo mítico y lo contemporáneo. Los tonos intensos y las formas fragmentadas evocan tanto las paredes de una cueva como las pulsaciones lumínicas de una pantalla digital. Este encuentro entre lo rupestre y lo tecnológico define mi neorupestrismo: un lenguaje pictórico que une memoria ancestral con sensibilidad moderna. Cada trazo registra un eco de tambor, una vibración que atraviesa los siglos y renace en pigmento y gesto.
El color no solo describe, sino que comunica. Se convierte en energía viva, señal y latido. Quiero que la caza se perciba como un ritual detenido, donde lo humano y lo animal comparten la misma luz interior. Busco que la obra invite a mirar atrás y adelante, recordando que el arte es también una forma de permanecer.
O.A

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